jueves, 6 de mayo de 2010

Harta

Fue como un relámpago fulgurante que cruzó de lado a lado el abismo de la noche, aunque tan solo se trataba de un calambrazo en su cerebro. A modo de revulsivo, el comentario deshonesto de Aníbal era la gota que colmaba el vaso que era la paciencia de Elisa.

-- ¡Hasta aquí hemos llegado! ¡¿Pero cómo te atreves?!
-- ehh... ¿Qué ocurre Elisa? No sé qué he dicho ... .


Por fín, después de tanto tiempo forzando la situación, Elisa no podía perdonarle más sus calaveradas por muy apuesto y atractivo que le resultara. El aura que cubría sus conversaciones se había disipado gradual e imperceptiblemente y la chaqueta motera de cuero ya no se le antojaba varonil y bohemia, sino sucia, desaliñada y maltrecha por falta de cuidados; sus poses de bar apoyando la bota en la mesa, columpiando la silla y mirando al frente como si hubiera un horizonte más allá de la diana con dardos ya no la encadilaban; y sus hazañas de noches que se perpetuaban en el amanecer la habían hastiado, echando abajo todo el universo que su inocencia había construído.

-- ¡¡Así que te llevas al catre (la playa del pueblo) a otra la misma noche en la que abandonas a Felisa y pretendes que no me enfade!!

-- eh Elisa, tranquilízate nena. Yo sé que a tí te puedo confiar estas cosas, aunque Felisa sea tu prim.

-- ¡Y eso es lo peor!-- Cortó Elisa .-- He estado escuchando todos tus relatos de las juergas que te corres a lo largo y ancho de la bahía asintiendo como quien oye La Celestina.

-- Pero bueno nena, yo pensaba que si podía contarte estas cosas era porque somos amigos...

-- Ya, sí. Entrañables conversaciones en las que, ¡oh, espera! Siempre hablas tú, siempre te desahogas tú, siempre te confiesas tú.

-- Bueno nena, tú estás con Erlantz y...

-- ¿¡Y qué!? ¿Nuestra relación no era interesante? Y digo "era" porque, por si no te has enterado, lo dejamos hace mes y medio.

-- ¿Y ahora qué?-- Replicó Aníbal secamente aprovechando con esos ojillos de gato inocente el pequeño margen de indefensión que había sacado a relucir Elisa con esas últimas y vibrantes palabras. Dicha indefensión versaba en que la vida de Elisa se acababa más allá de esas conversaciones en el Bar del Txacolí. Todo lo que quedaba al otro lado de esas paredes eran las pilas de libros de estudio soporífero que le esperaban pacientemente sobre su mesa

Eso fue cruel.


-- ¿Pues sabes qué? Esto se acabó. -- Le espetó Elisa tras tomar aire.

-- ¿Cómo? ¿A qué te ref.--

-- Me refiero a que a partir de ahora vamos a quedar para que sea yo la que cuente las fiestas y las bacanales en las que ha quemado la noche, las partidas de billar a las que me han dejado ganar, y los tios que me he llevado al granero.--

Dicho ésto cogió las llaves que había encima de la mesa, desapareció tras la puerta de aquel antro tan cutre, y resonó en los oídos de todos los presentes al dar un acelerón y largarse con la moto de Aníbal.


Éste, se quedó mirando al vacío unos cuantos segundos. Después empezó a jugar un poco con el vaso de tequila que tenía entre las manos, y, finalmente, tras apurarlo, llegó por fín a una conclusión. Empezaba a encontrarle algo más que encanto a esta chica.

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