martes, 13 de abril de 2010

Tufillo a quemado.


Es gracioso ver como a partir de las grandes y clásicas epopeyas se pueden constuir colosales metáforas. Así, por un lado, tenemos la metáfora "Huyendo de Troya", y por otro lado "Quemar las naves".

La primera fue acuñada por Homero contando la historia sobre como Eneas se aleja apresuradamente con su cuádriga de la ciudad que él mismo condenó, mientras que la segunda fue forjada a razón de cómo Hernán Cortés, buscando las Siete Ciudades de Oro, llegó a la costa de México y de inmediato ordenó quemar y destruir sus barcos (Aunque también lo hacía Alejandro Magno).

Cuando tomas una decisión, cuando accionas el cerrojo de una puerta en tu vida, la empujas, y asomas la cabeza para husmear hasta donde dicta la prudencia, y accedes a su interior y...

Y la puerta se cierra tras tuyo y se acabó lo que se daba.

Puertas de estas hay a patadas en la vida. La elección de escoger una carrera u otra, una pareja, un lugar para vivir, un trabajo aquí o allá...


Cuando dejas tu grupo de música para tener más tiempo para tí mismo, una decisión como otra cualquiera. Le pegas un cañonazo "a lo USS maine" y te internas en la jungla consciente de que no hay vuelta atrás, mientras tus compañeros se ahogan poquito a poquito en las aguas del caribe.

Pero tras unos pocos minutos te llega cierto tufillo a humo. Sí, sin duda es humo, pero una duda te acecha. ¿De verdad huele esto a roble castellano en combustión? No estás seguro, nada seguro. Es más, te asalta la duda de si va a ser adobe troyano lo que arde, y de pronto no estás en medio de la jungla sino en Anatolia, arreando caballos sobre tu cuádriga, huyendo de tu Troya personal.

Huyendo.






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