Hoy me apetece escribir sobre ésto...

porque hoy es uno de esos días, jornadas en las que te miras en cualquier espejo, ya sea el del autobús o el del baño y, al contrario de lo que me suele ocurrir, en todos veo lo mismo. Una dentadura sobre la que se ha puesto la gran máscara, una cara humana; pero hay que entender que ésto es decisivo: La dentadura va primero.

Y va primero a la hora de entender esta cara, a la hora de construirla y dibujarla, a la hora de recordarla y detenerse en ella. Me encuentro deforme, mutante; en incensante agravio comparativo con el resto de las faces, en las cuales la dentadura está subordinada a la piel. No es así mi caso, en el que es el tejido el condicionado, el que debe amoldarse a la forma del óseo y se encuentra subordinado a los caprichos de su crecimiento.

¿Qué ven cuando me miran?

Cuatro incisivos me contesto. Alguna espinilla a poco más que se fijen.

Y me siento un maldito monstruo, desafortunadamente malforme a vistazo rápido.

Y entonces oigo voces en mi cabeza, como si leyera la mente de los que me miran. ¿Podrá cerrar realmente la boca? Se preguntan unos. ¿Es realmente corto o sólo es la boca? se preguntan otros.

¿Volverá a joderme ésto en el futuro, como ya hizo en el pasado? Me pregunto a mí mismo. ¿Volveré a ser capaz de perdonar? ¿Hay realmente algo que perdonar cuando hay días en los que al volver a casa me encantaría estallar espejos en pedacitos?

Y la última pregunta, esa que siempre queda en el aire como una voluta de humo tan consistente que se palpa con los dedos y te embriaga con su aroma, ese que ella se pone para los días especiales.


...


¿Cómo puedo gustarle a cualquiera de ellas?





.